La era victoriana: puritanismo y doble moral

Dicen que nada da más placer que el contacto con todo aquello que está prohibido. A día de hoy, parece que todo esto no tiene mucho sentido, pues pocas cosas se nos están prohibidas explícitamente, más allá de todo aquello que sea un delito; incluso si pudiéramos sentir que lo están algunas cosas que nos parecen inmorales, podemos casi asegurar que en otro lado del planeta se ven como situaciones normales que no causan ni escándalo ni extrañeza. El ser humano se adapta a todo, sobre todo si se trata de alcanzar el hedonismo.

Y en aquello que consideramos el mundo civilizado, es increíble lo que ha cambiado la sociedad en apenas dos siglos: exponencialmente mucho más que en toda la historia anterior de la especie humana. Hoy se habla de la época de las libertades, y apenas hace doscientos años, nos encontrábamos en plena era victoriana, una forma de comportamiento con reglas y directrices que transpasaron mucho más allá de la frontera de Gran Bretaña, donde se originó. Antes de que nos diéramos cuenta, todos en medio mundo las habíamos adoptado, y nos parecían el sumum de las buenas costumbres y las reglas para una sociedad cordial.

Y si de algo se trataba la época victoriana, era de un puritanismo extremo en las relaciones entre hombres y mujeres. Todo era indecente, inapropiado, escandaloso y pecaminoso, mientras las mujeres se ocultaban bajo capas y capas de tela para no tener que mostrar ningún trozo de piel,  y los hombres mantenían la doble moral de la señora en casa y la puta en la calle. Porque si de algo se trataba este puritanismo era, precisamente de hipocresía. Mientras las damas de la alta sociedad se exhibían en cuanto cumplían los 16 o 17 para encontrar un marido lo antes posible, y las de la baja buscaban trabajos que rozaban la esclavitud o acababan como prostitutas, los hombres de una y de otra tenían toda la libertad para tratar con unas y con otras de la manera que les pareciera conveniente. Y mientras los matrimonios se iban a la cama con el dormitorio a oscuras y ni siquiera se quitaban la ropa para el sexo marital, lo normal era tener amantes para disfrutar fuera de él; y eso era extensivo a ambos cónyuges. Cuanto más se ascendía en la sociedad, más notorio era esta falta de escrúpulos y exceso de disimulo de cara a la galería; sin embargo, la imagen y la reputación lo eran todo.Tanto era así, que la represión moral sobre la sexualidad dio, por contra, con todo un estallido a escondidas del erotismo. De hecho, de esta época datan las primeras fotos pornográficas con la finalidad de excitar, no sólo porque coincidió con la creación del invento, evidentemente; estamos ante el comienzo de la pornografía como la conocemos, y a partir de entonces, aunque llegó el siglo XIX y la moral empezó a relajarse, no hizo más que crecer y crecer. Con la aparición del cinematógrafo la cosa se puso interesante, las imágenes eróticas y definitivamente escandalosas cobraron movimiento, y así, pese a las limitaciones del cine mudo, ya empezaron a circular las primeras películas porno, todavía muy primitivas. Hoy en día seguramente nos daría risa ver aquellos primeros metrajes, con señores de grandes bigotes que casi no se atrevían a tocar a las señoras que se desnudaban entre sonrojos y risitas de vergüenza; acostumbrados al porno online actual, y a la liberalidad de nuestros actores y actrices xxx profesionales, aquello era casi un juego ridículo. Sin embargo, para la época, fue toda una revolución.

Y como era difícil que toda aquella pornografía saliera a la luz en una sociedad aún muy encorsetada, nació una versión más light, lo que conocemos como cine erótico. No hace falta que diga todo lo que eso supuso para la época, porque por suerte no ha pasado demasiado tiempo desde entonces, aunque cuando lo piensa parece casi una vida. Pero ni siquiera ha pasado un siglo, y mira con qué facilidad hemos aceptado entre nosotros esa liberalidad, tanto en esta cinematografía así llamada, como en la decididamente pornográfica, que también tuvo su época y claramente un lugar digno en el recuerdo de todos nosotros.

Así que ya ves, entre la actualidad y la era victoriana, no hay mucho espacio de tiempo, aunque parezca todo un mundo en cuestión de comportamiento. Pero la doble moral de aquellos años fue la que puso la semilla en el despiporre de la época contemporánea, por mucho que pese a los recalcitrantes puritanos que aún andan por estos lares, seguramente tan hipócritas como aquellos antepasados victorianos.